ENTRE LA NOSTALGIA Y EL PROVERNIR
Conferencia Central del Acto de Celebración del 139 aniversario de la Ciudad de Juigalpa
Xuctlicallipan, Juigalpan, Xicalli o Huzgalpa. “Criadero de caracolitos negros”, “gran ciudad”, “lugar abundante de jícaros” o “la patria del oro”. Según renombrados estudiosos como Valle, Mántica, Belt, Guerrero y Antón, así llamaban nuestros mayores más primitivos a una población que, seguramente, los españoles encontraron al llegar a estas tierras desde finales del siglo XVI para continuar expandiendo un proceso de conquista y colonización limitado, inicialmente, por las ásperas condiciones del medio natural de esta región, por la dispersión de las poblaciones existentes y el carácter aguerrido de los nativos. Antes de este doloroso y transformador proceso poco o nada sabemos de la historia de Juigalpa y de otros pueblos chontales, entre ellos: Carcas, Mayales, Amerriques y Lovigüiscas, por mencionar algunos. Esa parte de nuestra historia está oculta, dispersa y olvidada en un número aún desconocido de sitios arqueológicos. Bajo centenarios, quizás milenarios, calpules yacen adormecidos los registros materiales de los hombres y mujeres que representan la esencia más antigua de nuestra identidad, hoy mestiza y necesitada de reencontrarnos con esa memoria ancestral que también forma parte de la pregonada Chontaleñidad. Con esa justificada razón hay que volver la vista, hay que leer, los vestigios de La Pachona, El Salto, Aguas Buenas, Carca, Amerrique, San Miguelito y otros más que forman parte del quebradizo paisaje juigalpino. Pero esa tarea conlleva una enorme responsabilidad por cuanto incluye resguardo, estudio y un adecuado aprovechamiento. Por eso, no debemos ir a la loca, pues esos sitios merecen ser tratados con la rigurosidad y el cuidado que una incalculable biblioteca de esa magnitud se merece. Aun cuando el origen de Juigalpa es incierto, existen elementos que nos apuntan a una antigüedad mucho mayor a la estimada por las fuentes ahora escritas. Algunos estudiosos consideran que su génesis se encuentra en el proceso de conquista y colonización española, pues en el año 1700 su población no superaba los mil habitantes. Sin embargo, el término “gran ciudad” puede darnos luces sobre este tema. Recientemente, el arqueólogo mexicano Alejandro Arteaga Saucedo nos ha compartido un dato de grandes proporciones para nuestra arqueología: unos 1300 montículos indígenas han sido identificados en los alrededores de Juigalpa. Entonces debemos preguntarnos: Y si esa es la “gran ciudad” a la que se refiere el nombre nativo de nuestro pueblo? Acaso todos esos sitios dispersos alrededor del valle del Mayales, del Cuisalá y custodiados por la portentosa sierra de Amerrique formaron antiguamente la “gran ciudad”? Si así fuera y si los vestigios encontrados lo respaldan, estaríamos hablando que Juigalpan, “la gran ciudad”, tendría sus comienzos muchos siglos antes de la llegada de los españoles a estos territorios. Seguramente faltarán muchas páginas que escribir en los anales de la historia. Tenemos tanto por averiguar, por aprender y por pregonar. Juigalpa, al igual que muchos de nuestros pueblos, entró de forma anónima en las páginas de historia que hoy conocemos. No hay registro de la primera visita española a esta población. Lo contado es que en 1539, los capitanes Alfonso Calero y Diego Machuca, al frente de una expedición que buscaba el ambicionado Desaguadero, desembarcaron en la isla La Ceiba que, para algunos historiadores, es la isla Grande incluida en el grupo conocido antiguamente como las islas de Cacahuapa. Luego ‘caminaron su viaje a hacer noche en una punta que aparece adelante’, hoy Punta Mayales.